miércoles, 11 de marzo de 2009

Verde de ida (I)

Con todos los años que llevo a cuestas en el jueguito verde, tiene mucho rato que noté que no sólo nadie es indispensable, sino que la comunidad es un demonio presencial que te vivifica si estás allí, y te engulle si te vas. Es cierto. A veces el pinche jueguito este tiene la capacidad de hacerte rabiar.

Nadie sabe cómo es, o qué forma tiene, y sin embargo el orgullo es una de las cosas más difíciles de tragarse. Algunos se han ido y han vuelto. Muchos sin hacer ruido, acudiendo simplemente a lo lúdico que todavía tiene. Algunos otros, regresan con esa hambre de triunfo, con esas ganas de superar nuevos retos y enfrentarse a nuevas dificultades. Y los menos, regresan y se hastían ante el crucigrama de encontrarse con un sitio muy distinto al que dejaron. Pero ya hablaré de ello en otra entrada.

La mayoría de los que nos apasionamos con este juego, entramos sin conocer exactamente de qué va, y tarde o temprano nos encontramos nuestro propósito. Habitualmente deportivo al inicio. Conforme se van cumpliendo las primeras metas, vamos definiendo nuestro rumbo. Y mientras tanto, nos vamos volviendo sociables. Creamos federaciones —los supporters— creamos grupos, hacemos amigos, enemigos deportivos y de discusión; pero más que eso, comunidades, generaciones. Se comienza a volver adictivo.

Hay un momento peligroso en esa pasión. Nos empezamos a sentir importantes. Sea que estemos en divisiones altas, sea que seamos muy reconocidos por algo en los foros; sentimos que tenemos mucho que aportar, y que queda mucho por ganar. Nos vamos haciendo de un nombre, de un prestigio, de un conocimiento. Pero paralelamente nos vamos comprando esa idea de que somos mejores porque sabemos más, porque hemos conseguido más, o por lo que sea más. El resto, MLP, y suponemos que así será siempre.

Intempestivamente, todo cambia. El motor de juego, los usuarios, los rivales, el conocimiento, todo cambia. El cambio es algo que aterra a los expertos, porque inmediatamente dejan de serlo. Tienen que empezar desde cero, como todos. Es un duro golpe para el ego. Prosigue el aburrimiento, prosigue la sinrazón, y callada o histriónicamente, el usuario va abandonando el juego.

La frustración tiene muchas formas. Algunos culpan al sistema, otros culpan a los workers, los más molestos crean fascinantes teorías de la conspiración, donde todas las piezas se movieron para perjudicarles justamente a ellos. Hay algo que es muy claro en todo esto: si decides retirarte molesto de este jueguito verde, tendrías que procurar no hacer público tu enojo; y si lo haces, armarte de una humildad enorme para asumir que eres un novato más en este juego, por si acaso un día decides regresar.